Como ha mostrado Nima Sanandaji, Suecia era extremadamente pobre hasta que a mediados del siglo XIX adoptó políticas de libre mercado que lo hicieron crecer rápidamente en sus niveles de riqueza. Hacia 1950 Suecia era ya uno de los países más ricos e iguales del mundo con un pequeño Estado que no consumía más de un 21 por ciento del PIB. Tras la creación del Estado del Bienestar y las subidas de impuestos, los suecos cayeron de ser el cuarto país más rico del mundo, en términos de ingreso per cápita, al número 14 del mundo en 1993. El desarrollo del modelo benefactor fue además devastador para el emprendimiento en el país nórdico, donde se vio prácticamente desaparecer la creación de empresas desde mediados de 1970 en adelante. Durante el mismo período, los suecos que emigraron a Estados Unidos, donde el Estado era menos intrusivo, tenían un promedio de ingreso un 50 por ciento superior al de sus familiares en Suecia. Finalmente, el Estado benefactor sueco sufrió una enorme crisis económica en los noventa y se reformó bajando impuestos e introduciendo políticas de libre mercado profundas. Hoy, los suecos tienen un impuesto a las empresas del 22 por ciento, más bajo que en Estados Unidos y su Estado es sustancialmente más pequeño que el francés. Además, como recordaba The Economist en 2013, los suecos y noruegos permiten que los particulares provean servicios históricamente controlados por el Estado como la salud y la educación, y lo hacen con fines de lucro. El citado artículo del The Economist llegó a decir que si de libertad de elegir se trata, Milton Friedman está mucho más en su casa en Estocolmo que en Washington. Cierto, aún los nórdicos tienen Estados demasiado grandes que castigan su capital humano con altos impuestos y deben hacer reformas para incrementar todavía más la libertad de las personas. Pero así y todo, esos países están entre los más libres del mundo económicamente según el ranking del Fraser Institute y no llegaron a ser ricos porque subieran impuestos. Es al revés, los subieron cuando ya eran ricos y tuvieron que bajarlos para no arruinarse. Como ha concluido Sanandaji en su estudio sobre el caso sueco: “Suecia giró hacia políticas social demócratas radicales en las décadas de 1960 y 1970 con una reversión gradual en 1980. El período socialdemócrata no fue exitoso pues condujo a mucho menor emprendimiento, el desplazamiento de la creación de empleos en el sector privado y la erosión de los anteriormente fuertes valores del trabajo y beneficio. El cambio hacia altos impuestos, beneficios gubernamentales relativamente generosos y un mercado laboral regulado precedieron una situación en la cual la sociedad sueca tuvo dificultades para integrar incluso inmigrantes altamente educados, y en que un quinto de la población en edad de trabajo es apoyada por diversas formas de transferencias del Gobierno”. Esta historia, que se repite en el caso de Dinamarca, Alemania y muchos otros países europeos, sólo prueba que la tesis de que existe una correlación positiva entre mayores impuestos y mayor desempeño económico y menor desigualdad es falsa.
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