Según el Banco Mundial, la corrupción puede recortar hasta un 0,5 % del PIB de un país. Estudios de la misma entidad valoran el impacto de dicha corrupción hasta en un 2 % del PIB de los países de la OCDE. En junio de 2013, en un encuentro organizado por Transparency International en Lisboa, comentaban que “en la Unión Europea, entre un 10 % y hasta un 20 % del monto total de los contratos públicos se pierde en corrupción. El 5 % del presupuesto anual de la Unión Europea no se justifica. Tres de cada cuatro ciudadanos europeos perciben que la corrupción se ha disparado en los últimos cuatro años”. Demasiado gobierno, demasiado poder, demasiada corrupción. Por ello, dice el profesor Lacalle, como parte de la solución, hace falta transparencia absoluta, liderazgo, anteponer los principios a cualquier consenso, y cercenar el acceso desproporcionado del Estado a la caja.
Añade el profesor Lacalle que tras gastar cientos de miles de millones, la población sufre las consecuencias de lo que parecía un sistema muy atractivo, el asistencialismo clientelista, hasta que hay que pagarlo. “El socialismo es una idea estupenda hasta que se acaba el dinero de los demás”, decía Margaret Thatcher. La corrupción se tolera mientras a la mayoría le caiga algo de la misma. Pero cuando se acaba el sobre para la base de la pirámide (PER, subvenciones, ayudas, primas, enchufes, contratos, amiguismo), nos entra la indignación. Por eso hay que recuperar los principios de austeridad, meritocracia y esfuerzo.
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