Escribe Zygmunt Bauman que “la emergencia de una “economía de la experiencia”, ampliamente elogiada, que aprovecha todos los recursos de la personalidad, para bien y para mal, señala que el momento de la “emancipación de los empresarios de la carga de la gestión” ha llegado. Retomando las palabras de James Burnham, se puede describir como la “segunda revolución gerencial”. Sin embargo, a medida que se llevaba a cabo el cambio, este no se producía en la titularidad del poder ni de los cargos. Lo que ocurrió, y está ocurriendo, es más un golpe de estado que una revolución; una proclamación desde la cima de que las antiguas reglas ya no valen y que ahora existen nuevas reglas. Las personas que iniciaron y entendieron esta revolución siguen al mando, y, por si acaso, más firmemente instalados en sus despachos que antes. Esa revolución se inició y se llevó a cabo para ampliar su poder, reforzar su control y defender su dominio contra el resentimiento y la rebelión que su dominación, antes de esta revolución, solía generar. A partir de la segunda revolución gerencial, el poder de los ejecutivos se ha reforzado y se ha hecho prácticamente invulnerable al romper con los vínculos que antes los obligaban y que consideraron inconvenientes. Durante esta segunda revolución, los directivos desterraron el establecimiento de rutinas y llamaron a las fuerzas de la espontaneidad a ocupar la ahora vacante oficina de los supervisores. Se negaron a gestionar. En vez de eso exigieron autogestión a sus empleados, so pena de despido. El derecho de renovar el empleo está sujeto entonces a una competición recurrente. A cada asalto, el más divertido y el más eficiente se gana una renovación del contrato, aunque sin garantía, ni tampoco una mayor probabilidad de salir ileso del siguiente asalto. En las paredes de las salas de reunión de la “economía de la experiencia” el recordatorio de que “eres tan bueno como tu último éxito” (y no como tu último y único éxito) ha sustituido la inscripción de “contado, pesado, almacenado”. Al favorecer la subjetividad, el juego y la performatividad, las empresas de la era de la “economía de la experiencia” deben y quieren prohibir, y de hecho prohíben, la planificación a largo plazo y la acumulación de méritos. Esta situación mantiene a los empleados en un movimiento continuo y ocupados en una febril e interminable búsqueda sin fin de la evidencia de que siguen estando dentro…”
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