Lejos de estar apegados a la tradición y unidos a una rutina inamovible, como se los describía en los libros de texto, los hombres medievales buscaban la novedad, en sí misma y con fines prácticos. Es a los hojalateros medievales, y no a los filósofos clásicos, a quienes debemos inventos como las gafas y el reloj mecánico. Durante la Edad Media se generalizó en Europa el uso del astrolabio y la brújula, en conexión con los trascendentales adelantos en técnicas de navegación y diseño naval que ayudan a trazar la frontera entre la época medieval y la moderna. Del mismo modo, la pólvora y las armas de fuego fueron inventos medievales, si bien su período de mayor efectividad es posterior. La fabricación de jabón, sin ser del todo una novedad, se extendió de forma considerable, y la de papel constituyó una nueva industria cuya importancia cultural fue mucho mayor que su peso económico. Y la imprenta de caracteres móviles, una de las innovaciones de mayor trascendencia desde el alba de la civilización, también se inventó al final de la Edad Media. Pero, posiblemente, es en la historia de los molinos y su maquinaria donde se encuentra la expresión más característica del hombre medieval, en su búsqueda deliberada de medios de producción nuevos y más eficaces.
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