En 1935 pagar productos alimenticios de importación en cantidad suficiente y satisfacer al mismo tiempo las crecientes demandas de la política de rearme resultaba imposible cuando había escasez de divisas y las reservas de dinero iban disminuyendo a pasos agigantados. La mala cosecha de 1934 y la ineficacia del super-burocratizado Estamento Alimenticio del Reich (el Reichsnährstand, creado en 1933 para revitalizar la producción agrícola y fomentar el estatus de los agricultores) dieron lugar a una grave escasez de comida en el otoño de 1935. El aumento de los disturbios causó tal desazón en el régimen que Hitler se vio obligado a intervenir para garantizar la asignación de divisas extranjeras para la compra de productos alimenticios de importación y no para la adquisición de las materias primas que las empresas del sector armamentístico reclamaban desesperadamente. A comienzos de 1936 se había llegado a un callejón sin salida económico, consecuencia inexorable de la vía seguida por Alemania para salir de la represión bajo el régimen nazi. Había dos maneras de salir de ese callejón sin salida, o Alemania reducía sus planes de rearme y daba pasos hacia su reingreso en la economía internacional, o seguía adelante con su remilitarización rápida, lo que significaba una deriva hacia la autarquía que, sin expansión territorial, sólo podría conseguirse parcialmente. Y la expansión territorial sería imposible sin que en un momento u otro se produjera una guerra. En 1936 Hitler tuvo que tomar una decisión. Era evidente en qué sentido iba a decantarse su elección. El giro, implícito desde el comienzo mismo del régimen nazi, confirmó las sospechas, la primacía de la economía dio paso a la primacía de la ideología. A partir de 1936 empezó a correr el reloj hacia una nueva guerra europea, escribe el historiador británico Ian Kershaw.
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