Cuando una persona piensa en ser padre, desde ese mismo instante se está ofreciendo para ser alguien que guíe los pasos a su hijo de la forma más sabia que pueda, consciente de que no será tarea fácil. Intentará esto con toda su alma, y lo protegerá de igual modo. Le enseñará los valores de la vida y, cuando esté preparado, lo dejará tomar sus propias decisiones y las respetará. Si se equivoca, lo entenderá, a sabiendas de que es humano equivocarse, pero lo ayudará a levantarse con cada fracaso y tantas veces como sea necesario. También respetará a quien su hijo quiera amar, y le dejará ser lo que quiera ser. Sin embargo, cuando alguien piensa en tener un hijo, la primera diferencia es evidente, tener. La expresión tener un hijo denota posesión de ese hijo, que estará a disposición de su progenitor, que será como a su progenitor le guste… Para los verdaderos padres, los hijos son, no se tienen. Los verdaderos padres desean ser (padres), no tener (hijos). Por eso no les importa si son altos o bajos, rubios o morenos, si vienen de uno en uno o de dos en dos, listos o difíciles, y cuantas cualidades quieras añadir. Serán padres de por vida en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad, todos los días de sus vidas.
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