Escribe Francesco Alberoni que la relación sexual se convierte en un deseo de estar en el cuerpo del otro, un vivirse y un ser vivido por él en una fusión corpórea pero que se prolonga como ternura por las debilidades del amado, sus ingenuidades, sus defectos, sus imperfecciones. Entonces logramos amar hasta una herida de él transfigurada por la dulzura. Pero todo esto se dirige a una persona sola y sólo a ella. En el fondo no importa quién sea, sino que con el enamoramiento nace una fuerza terrible que tiende a nuestra fusión y hace a cada uno de nosotros insustituible, único para él otro. El otro, el amado, se convierte en aquel que no puede ser sino él, el absolutamente especial. Y esto ocurre aun contra nuestra voluntad y no obstante durante mucho tiempo seguimos creyendo que podemos pasar sin él y encontrar esa misma felicidad con una persona diferente. Pero no es así, basta una breve separación para volvernos a confirmar que él es portador de algo inconfundible, algo que siempre nos faltó y que se ha revelado a través de él y que sin él no podremos volver a encontrar. Y a menudo hasta podemos identificar un detalle; las manos, la forma del seno, un pliegue del cuerpo, la voz, cualquier cosa, que representa, simboliza su diversidad y su unicidad. Es el signo, el carisma.
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