Para el profesor Giovanni Sartori, el inmigrado posee, a los ojos de la sociedad que lo acoge, un plus de diversidad, un extra o un exceso de alteridad. Este plus de diversidades (en plural) se puede reagrupar, simplificando, bajo cuatro categorías: 1) lingüística, 2) de costumbres, 3) religiosa, 4) étnica. Lo que quiere decir que el extranjero nos resulta extraño o porque habla una lengua distinta (y quizá no habla la nuestra), o porque las costumbres y tradiciones de su país de origen son distintas, o también porque es de diferente religión (no con el contraste hoy ya débil entre católicos y protestantes, sino con el fuerte entre cristianos e islámicos), y por último porque puede ser de otra etnia (negro, amarillo, árabe, etcétera). Y las dos primeras diversidades son muy diferentes de las segundas. Las dos primeras se traducen en extrañezas superables (si las queremos superar); las dos segundas, en cambio, producen extrañezas radicales. De lo que se desprende que una política de inmigración que no distingue el trigo de la paja, que no sabe o no quiere distinguir entre las distintas extrañezas es una política equivocada destinada al fracaso.
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