En sus argumentos contra las demandas de una mayor simplicidad en la liturgia de la Iglesia, Tolkien se basó en la imaginería arbórea de la filosofía del Arbol de Chesterton y en su propia visión de la sabiduría perenne de Bárbol. La búsqueda protestante de la simplicidad y la rectitud, que, por supuesto, aunque contiene algún bien o, cuando menos, motivos inteligibles, está errada y resulta en verdad vana. Porque el cristianismo primitivo es ahora y seguirá siendo siempre, a pesar de toda investigación, en gran parte desconocido; porque el primitivismo no es garantía de valor, y es y era en gran parte reflejo de la ignorancia. Los grandes abusos constituían tanto un elemento de la conducta litúrgica cristiana desde el principio como ahora. (¡Las severas críticas de san Pablo a la conducta eucarística bastan para demostrarlo!) Todavía más porque no era intención de Nuestro Señor que “mi iglesia” fuera estática o permaneciera en perpetua infancia, sino que fuera un organismo viviente (comparado con una planta) que se desarrolla y cambia de exterior por la interacción entre su vida recibida en divino legado y la historia, las circunstancias particulares del mundo en que fue depositada. No hay semejanza entre el “grano de mostaza” y el árbol plenamente desarrollado. Para los que viven durante los días del desarrollo de su ramaje, el Arbol es la cuestión, pues la historia de una cosa viviente forma parte de su vida, y la historia de una cosa divina es sagrada. Los sabios pueden saber que empezó con un grano, pero resulta vano el intento de excavarlo, pues ya no existe y la virtud y las potencias que tenía residen ahora en el Árbol. Muy bien, pero en la labranza las autoridades, los que tienen a su cargo el Arbol, deben cuidarlo de acuerdo con la sabiduría de que dispongan, podarlo, curarlo de cancros, despojarlo de parásitos, etcétera. (Con escrúpulos, a sabiendas de cuán escaso es su conocimiento del desarrollo.) Pero, por cierto, harán daño si los obsesiona el deseo de volver al grano o aun a la primera juventud de la planta, cuando era (tal como imaginan) bella y ningún mal la afligía.
Tolkien, hombre y mito escrito por Joseph Pearce
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