San Francisco de Asís, escribe Chesterton, no vio a los hombres como una masa confusa. Lo que distingue a ese demócrata muy auténtico de un simple demagogo, es que nunca engañó ni se engañó por la sugestión de las masas. Cualquiera que fuese su gusto por los monstruos, nunca vio ante él a una bestia con muchas cabezas. Vio solamente la imagen de Dios multiplicada, pero nunca monótona. Para él un hombre era siempre un hombre, y no desaparecía en la espesa multitud, como no desaparecía en el desierto. Honraba a todos los hombres; esto es, no sólo los amaba, sino que, además, los respetaba.
Mientras en una corte hay un rey y cien cortesanos, en la historia de San Francisco hay un cortesano entre cien reyes. Porque trató al conjunto de la masa humana como a una masa de reyes.
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