En todo el islam, el grupo pequeño y la gran fe, la tribu y la ummah, han sido los principales centros de lealtad y compromiso y el Estado nacional ha sido menos importante. En el mundo árabe, los Estados existentes tienen problemas de legitimidad porque en su mayoría son el resultado arbitrario, si no caprichoso, del imperialismo europeo, y sus fronteras a menudo ni siquiera coinciden con las de grupos étnicos como los bereberes y los kurdos. Estos Estados dividieron a la nación árabe, pero un Estado panárabe, por otro lado, nunca ha llegado a materializarse. Además, la idea de Estados nacionales soberanos es incompatible con la fe en la soberanía de Alá y la primacía de la ummah. Como movimiento revolucionario, el fundamentalismo islámico rechaza el Estado nacional en favor de la unidad del islam, igual que lo rechazaba el marxismo en favor de la unidad del proletariado internacional. La debilidad del Estado nacional en el islam queda también puesta de manifiesto en el hecho de que, aun cuando se produjeron numerosos conflictos entre grupos musulmanes durante los años que siguieron a la segunda guerra mundial, sólo hubo dos guerras importantes libradas directamente entre Estados musulmanes, y ambas tuvieron que ver con la invasión por parte de Irak de Estados vecinos. En los años setenta y ochenta, los mismos factores que dieron origen al Resurgimiento islámico dentro de los países fortalecieron también la identificación con la ummah o civilización islámica como un todo.
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