sábado, 12 de noviembre de 2016

El darwinismo social en el siglo XIX junto con el militarismo, fomentaron la creencia de que la competencia entre naciones estaba de acuerdo con el orden natural.

Lenin y la lucha armada.
Los finales del siglo XIX y principios del XX con el nacionalismo y sus componentes repugnantes de odio y desprecio hacia los otros; el miedo a la pérdida o a la revolución, a los terroristas y a los anarquistas; las esperanzas de cambio o de un mundo mejor; las exigencias del honor y la hombría, que implicaban no ceder ni mostrar debilidad; o el darwinismo social, que clasificaba las sociedades humanas como si fuesen especies y promovía, no ya la fe en la evolución y en el progreso, sino en la inevitabilidad de la lucha, fueron el prologo de las dos guerras mundiales.
El Darwinismo Social
El darwinismo social, ese hijo bastardo del pensamiento evolucionista, junto con su primo el militarismo, fomentaron la creencia de que la competencia entre naciones estaba de acuerdo con el orden natural, y que al final sobrevivirían las más aptas. Y la implicación de esto era que probablemente habría guerra. A fines del siglo XIX, la admiración de que era objeto el ejército como la parte más noble de la nación, así como la propagación en las sociedades civiles de los valores militares, alimentaron la suposición de que la guerra era una parte necesaria de la gran lucha por la supervivencia; y de que podía ser incluso un bien para las sociedades, al, por así decirlo, ajustarlas.

A fines del siglo XIX, la admiración de que era objeto el ejército como la parte más noble de la nación, así como la propagación en las sociedades civiles de los valores militares, alimentaron la suposición de que la guerra era una parte necesaria de la gran lucha por la supervivencia

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