Elizabeth Gaskell narra como la señora Buxton había intentado enseñarle la fuerza y la belleza de la verdad, que el eterno repique de campanas puede morar en el corazón de aquellos que realizan sus tareas cotidianas en las ciudades y en los lugares más populosos; y que los fieles no necesitan la soledad para sentir la cercanía de Dios, ni un silencio sepulcral para escuchar la música de las pisadas de Sus ángeles. Pero el alma de Maggie era todavía una joven discípula, y prefería dirigirse a Él y pedir Su ayuda en la soledad de su retiro, en medio de los páramos salvajes que se ondulaban y ensombrecían, sin divisar más criaturas que las pequeñas manchas blancas de las ovejas en la lejanía, y los pájaros que, huyendo de los hombres, flotaban en el aire apacible.
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