miércoles, 23 de noviembre de 2016

Las relaciones hombre-mujer en el pensamiento de Shakespeare.


Shakespeare piensa que nuestras inclinaciones van, sedientas, al mal, como las ratas a su propio veneno lo devoran; y al beberlo, morimos. El deseo natural que puede ser reconocido con tanta franqueza y naturalidad dentro de los límites del matrimonio se convierte en veneno fuera de él. La intensidad de las infaustas visiones del sexo premarital y sus consecuencias quizá tuvieran mucho que ver con el hecho de que Shakespeare era padre de dos hijas adolescentes. Sus advertencias más explícitas acerca de los peligros del sexo premarital adoptan en La tempestad la forma de las severas palabras que dirige un padre al joven que corteja a su hija. Pero en los versos de Próspero correspondientes a esta obra, escrita al final de su carrera, da la impresión de que Shakespeare echa la vista atrás y contempla su propio casamiento infeliz, y que vincula esa infelicidad con la forma en que empezó todo, muchos años antes. “Toma a mi hija”, dice Próspero a Fernando, para a continuación añadir unas palabras que están a medio camino entre la maldición y la profecía: “Pero si llegas a romper el nudo virginal antes que las santas ceremonias sean celebradas según los sagrados ritos, los cielos no derramarán dulce rocío que fecunde este contrato; odio estéril, torvo desdén y discordia sembrarán el lecho de la unión con cizaña tan maligna, que llegarán a detestarlo”.  Estos versos, mucho más intensos y enérgicos de lo que exigiría la obra, parecen emanar de un profundo pozo de amargura, fruto de un matrimonio desgraciado. En vez de una lluvia de gracias (“dulce rocío”), la unión se verá irremediablemente infestada de desgracias, advierte Próspero, si la consumación del acto sexual precede a los “sagrados ritos”

En cuanto a la relación entre los esposos,Shakespeare escribe en Julio César, donde la esposa de Bruto, Porcia, se lamenta de haber quedado deliberadamente excluida de la vida interior de su esposo. Porcia no es desterrada del lecho de su esposo, pero la exclusión de la mente de su marido que padece la hace sentir, según ella misma afirma, como una puta: “Soy parte de ti, o eso creo, mas ¿solo cuando te conviene? Acompañarte a la mesa, complacerte en la cama, hablarte de vez en cuando, rondar los márgenes de tu deseo, ¿ese es mi lugar en tu vida? Entonces, podría decirse que Porcia es la ramera de Bruto, pero jamás su esposa”.

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