Revolución de 1848 en Francia |
Para el profesor de la Universidad de Nueva York Richard Sennett “el nacionalismo que comienza a descubrir su voz en la Revolución de 1848 distingue una nueva versión de la identidad colectiva en nuestra civilización, pues la nacionalidad se convierte entonces en un fenómeno antropológico del que la actividad política es, en el mejor de los casos, simple sierva. La nación se convierte en un ethos, en gobierno del nomos, en términos griegos, o, en otras palabras, en el puro gobierno de la costumbre; e interferir la sacralidad de la costumbre con la toma de decisiones políticas o la negociación diplomática es poco menos que un crimen.En1848, los revolucionarios nacionalistas rechazaban la idea de nación como código político, pues lo que para ellos conformaba una nación eran la tradición, las formas de comportamiento y las actitudes morales de un pueblo; los elementos constitutivos de la vida nacional eran, por tanto, lo que un pueblo come, la manera en que se mueve cuando baila, las expresiones dialectales de su lenguaje, las formas de sus plegarias. El derecho es incapaz de legislar los placeres de ciertas comidas y las constituciones no pueden ordenar la fervorosa creencia en determinados santos; en resumen, el poder no puede crear la cultura. La doctrina del nacionalismo que cristalizó en 1848 añade un imperativo geográfico al concepto de cultura propiamente dicho, pues el hábito, la fe, el placer, el ritual, todo, depende de su representación en un territorio determinado. Además, el lugar que alimenta los rituales es un lugar formado por personas que se parecen a nosotros, personas con quienes podemos compartir sin explicar. De esta manera, territorio se convierte en sinónimo de identidad”.
Los rituales, las creencias y la moral que crean el ideal nacional se celebran como probados por el tiempo y como factores permanentes de cohesión, pues pertenecen a la tierra misma, a la unidad de los seres humanos con su suelo.
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