Para Tony Judt el asombroso poder de atracción del difunto papa Juan Pablo II para los jóvenes tanto católicos como no católicos debería hacernos pensar, los seres humanos necesitamos un lenguaje en el que expresar nuestros instintos morales. Incluso, dice Judt, si admitimos que la vida no tiene otro fin superior, es necesario que adscribamos a nuestros actos un sentido que los trascienda. Para la mayoría de las personas casi nunca basta con decir que algo nos beneficia materialmente o no. Para convencer a los otros de que algo es correcto o erróneo, necesitamos un lenguaje de fines, no de medios. No hace falta que creamos que nuestros objetivos tienen buenas posibilidades de alcanzarse. Pero sí hemos de poder creer en ellos. El escepticismo político es la fuente de muchos de nuestros dilemas. Incluso si los mercados libres funcionaran como se anuncia, sería difícil sostener que por sí solos constituyen una base suficiente para una buena vida.
Tony Judt |
De forma intuitiva comprendemos la necesidad de un sentido de dirección moral. No es necesario estar familiarizado con Sócrates para saber que una vida que no se somete a examen no vale demasiado. Aristotélicos naturales como somos, suponemos que una sociedad justa es aquella en la que la justicia se practica de forma habitual; una sociedad buena es aquella en la que las personas se comportan bien, manifiesta Judt. Lo que nos falta es una narración moral, una descripción coherente que atribuya una finalidad a nuestros actos de forma que los trascienda.
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