*A las pasiones, como a las enfermedades, no se las puede acusar ni disculpar. Sólo es posible describirlas, con ese asombro siempre renovado con el que se mezcla un leve espanto ante la fuerza primitiva de los elementos, que a veces explota como una tormenta en la Naturaleza y a veces en una persona. Las pasiones de este grado extremo ya no están sometidas a la voluntad de las personas a las que atacan, ya no forman parte, con todas sus manifestaciones y consecuencias, de la esfera de su vida consciente, sino que suceden por así decirlo por encima de ellas y más allá de su responsabilidad. Pretender una valoración moral de una persona dominada de tal modo por su pasión sería tan absurdo como pedir cuentas a una tempestad o formar juicio a un volcán.
Cuando la llama de la pasión interior se haya consumido en su plenitud volverá la persona a despertar, pero quemada y destruida. Quien haya atravesado una brasa así, quemará su vida. Porque una pasión de tal desmesura jamás se da una segunda vez en la misma persona. Igual que una explosión consume todo el explosivo, semejante erupción consume siempre y para siempre las interiores reservas de los sentimientos.
Al igual que algunos poetas (Rimbaud) y algunos músicos (Mascagni) se dan por entero en una sola obra genial y luego se derrumban sobre sí mismos, consumidos y sin fuerzas, hay mujeres que en un solo ataque de pasión derrochan de un golpe toda su posibilidad de amar, en vez de repartirla a lo largo de los años como las naturalezas más moderadas, las naturalezas burguesas. Disfrutan concentrado y en extracto todo el amor de su vida, se lanzan de golpe, genios del propio despilfarro, al abismo último de la pasión, del que no hay salvación ni regreso.
*Stefan Zweig
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