Para el psiquiatra Viktor Frankl “lo que importa es la actitud que el hombre adopte ante un destino irremisible. La posibilidad de llegar a realizar esta clase de valores se da, por tanto, siempre que un hombre se enfrenta con un destino que no le deja otra opción que la de afrontarlo; lo que importa es cómo lo soporta, cómo carga con él como una cruz. Se trata de actitudes humanas como el valor ante el sufrimiento, o como la dignidad frente a la ruina o el fracaso. Tan pronto como estos “valores de actitud” se incorporan al campo de las posibles categorías de valores, se ve que, en rigor, la existencia humana no puede, en realidad, carecer nunca de sentido. La vida del hombre conserva su sentido hasta el aliento final, hasta que exhala el último suspiro. Mientras el hombre conserva la conciencia, sigue siendo responsable frente a los valores de la vida, aunque éstos sean solamente los que llamamos de actitud. Mientras el hombre es un ser consciente, es también un ser responsable. Su deber de realizar valores no le deja en paz hasta el final instante de su existencia”.
El hombre puede, incluso, según Viktor Frankl, hallarse “obligado” a la alegría. En ese sentido, podríamos decir que “no cumple con su deber”, en cierto modo, el que viaja en el tranvía vuelto de espaldas a una espléndida puesta de sol o quien, teniendo cerca de su nariz un manojo de acacias perfumadas, interpone entre él y las flores el periódico en cuya lectura se halla sumido.
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