En el siglo XIX, un funcionario sajón del Estado prusiano denominado Dobermann se encontraba con la dificultad de tener como misión la de recaudar los impuestos por diferentes localidades de Turingia, afrontando los peligros que causaba la inseguridad de los caminos de la época. El riesgo de su oficio podía dar al traste con su conciencia de probo funcionario. Con germánico rigor fue experimentando con diversas razas de perro, hasta dar con una que tuviera las siguientes características: fidelidad absoluta al jefe sin que esto signifique una relación de dependencia personal, es decir, que si el jefe es sustituido la fidelidad se mantendrá con su sucesor; con todo aquel que no sea su amo se mostrará fiero y no permitirá ningún tipo de confianzas; ante el enemigo del dueño, cualquiera que sea, no tendrá piedad. Valiente siempre, desconfiado más aún. Así nació la raza espúrea, pero eficacísima, de los doberman.
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