Un coche deportivo muy potente, de la mejor calidad, no es ni bueno ni malo en sí mismo, sino que depende de la persona que esté sentada detrás del volante. Por ejemplo, puede permitir a un conductor experto y hábil llevar a su mujer a tiempo para que dé a luz a su hijo. O bien, en un universo paralelo, hacer que un chico de dieciocho años y su novia se despeñen por un barranco. En esencia, se trata de cómo se maneje. Sencillamente, de la habilidad del conductor.
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