lunes, 29 de diciembre de 2025

El liberalismo es una teoría de lo correcto, no de lo bueno


El liberalismo es una teoría de lo correcto, no de lo bueno. Esto significa dos cosas. La primera es que excluye del debate político sobre la justicia aquellos razonamientos que apelan a las concepciones particulares de la vida buena; por ejemplo, debemos hacer X porque es la única manera de vivir según el mandato de Dios. La segunda, más importante en el presente contexto, es que da libertad a los individuos para que guíen su conducta según la concepción de vida buena que juzguen más conveniente. Prescribe cómo han de comportarse en su relación con los demás en la esfera pública, pero guarda silencio sobre el carácter y las aspiraciones que deben cultivar. Lo primero es universalizable; lo segundo, no. Este agnosticismo respecto a lo bueno explica la austeridad del ideal de ciudadanía liberal que, en lo esencial, acaba siendo parasitario del ideal de justicia. El buen ciudadano es el que cumple las exigencias impuestas por instituciones justas. Los liberales asumen que, en condiciones ideales, los individuos son capaces de actuar de manera justa; pero su teoría no ofrece certeza alguna de que lo vayan a hacer. Al liberalismo, según la filósofa Victoria Camps, le falta un “vértice aristotélico” que desarrolle, sin complejos, un catálogo de virtudes cívicas. 
Las instituciones, por sí solas, no pueden erradicar toda clase de injusticias, ni es deseable que lo hagan. Un reparto equitativo de las tareas domésticas entre hombres y mujeres, por ejemplo, no puede imponerse por decreto. Puede fomentarse mediante políticas que faciliten las decisiones adecuadas, dando incentivos y contribuyendo a crear un ethos social igualitario. La educación cívica de los ciudadanos promete bondades en este sentido, pero es una empresa hercúlea. La ampliación del currículo escolar con materias específicas es sólo el punto de partida. No basta, según Victoria Camps, por dos razones. La primera es que la virtud requiere práctica. Lo importante no es saber en qué consiste ser valiente, sino no amilanarse ante cualquier circunstancia desfavorable. Cuando se trata de practicar las virtudes cívicas, el escenario idóneo es la interacción con los conciudadanos más allá del aula. La segunda es que, a juicio de Camps, el peso de la educación cívica no ha de recaer sólo sobre la escuela, ni tampoco sobre la familia. Tiene responsabilidad de educar cívicamente cualquier sector o profesión que transmita formas de actuar que los jóvenes imitan. Es decir, todos.

Referencia:La fragilidad de una ética liberal, de Victoria Camps

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