El profesor Martínez-Torrón manifiesta que las opciones religiosas y éticas se presentan a la persona como algo imperioso, “dotado de fuerza coercitiva interna; algo a lo que debe obedecerse”. Ese es precisamente el sentido de la libertad de religión y creencia, garantizar la autonomía de cada persona para determinar qué verdades ha de aceptar y qué valores morales debe respetar, “sobre la base de que el Estado no está legitimado para imponer una verdad o una moral uniformes a sus ciudadanos”.
La multiplicación de conflictos entre conciencia y ley es probablemente síntoma “de un fracaso del legislador, cuando rehúsa o es incapaz de percibir la dimensión ética de las reglas jurídicas, de tener en cuenta la diversidad religiosa y ética de la sociedad, y de adoptar un planteamiento verdaderamente inclusivo que prevenga, o al menos minimice, la posibilidad de que los ciudadanos que valoran su propia conciencia encuentren moralmente imposible obedecer algunas prescripciones legales”.
La multiplicación de conflictos entre conciencia y ley es probablemente síntoma “de un fracaso del legislador, cuando rehúsa o es incapaz de percibir la dimensión ética de las reglas jurídicas, de tener en cuenta la diversidad religiosa y ética de la sociedad, y de adoptar un planteamiento verdaderamente inclusivo que prevenga, o al menos minimice, la posibilidad de que los ciudadanos que valoran su propia conciencia encuentren moralmente imposible obedecer algunas prescripciones legales”.

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