Al igual que Narciso, los superhombres se quedan absortos contemplando su propia belleza. Narcisistas que se miran al ombligo y se obsesionan con su grandeza, su inteligencia superior y su glorioso destino.No nos equivoquemos, la persona que cree en la teoría del superhombre realmente cree que pertenece a la élite. El narcisista nietzscheano, como un adolescente masturbador, está enamorado de sí mismo y de nadie más. Las viejas decían que la gente así acababa volviéndose loco y justamente eso es lo que le sucedió al pobre Nietzsche. Pero lo más inquietante es que sus profecías se han hecho realidad. Asesinamos a millones de personas mediante el aborto por razones que suenan bien, que son utilitarias, pero que en última instancia son egoístas. Marchamos bajo estandartes revolucionarios proclamando un mundo nuevo y feliz que gira en torno a nuestras ideologías egocéntricas.
Nietzsche consideraba que su übermensch estaba por encima de la ley. Como la mayoría de los locos, veía la realidad al revés. En lugar de estar por encima de la ley, el superhombre está por debajo de la ley. Porque se considera superior, es inferior. Cuando un hombre se comporta como un narcisista, no se eleva por encima de la humanidad común, sino que se rebaja al nivel de la bestia instintivamente interesada sólo en sí misma. Por lo tanto, no es más que humano, sino menos que humano. El narcisista nietzscheano se aísla de la sociedad, de la familia, de los amigos y del amor. Lo único que rompe este ciclo de autoadoración es el amor sacrificial, pero el amor sacrificial es lo único que el narcisista no puede comprender y de lo que es incapaz. Nietzsche despreciaba las virtudes cristianas de humildad, el servicio y el autosacrificio y las consideraba como una debilidad. Lo que no comprendió es que el verdadero ejercicio de estas virtudes requiere una fuerza sobrehumana. En lugar de rebajar al hombre, el amor sacrificial es lo que lo eleva de simio a ángel. El verdadero superhombre es el hombre humilde y penitente. Los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos.
Referencia: Dwight Longenecker en The Imaginative Conservative

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