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| Descartes |
El primer precepto del Discurso del método era no aceptar nunca ninguna cosa como verdadera sin saber evidentemente que lo era “y no incluir en mis juicios nada más que lo que se presentara a mi espíritu tan claramente y tan distintamente que yo no tuviese ningún motivo de ponerlo en duda”. Por tanto, Descartes se impuso como método filosófico el método de la duda, dispuesto como estaba a no tomar por verdadero nada de lo que pudiera dudarse. Es lo que se conoce como la “duda metódica”. ¿Dudar de todo? Esta duda era, evidentemente, artificial y provisional. No fue ni real ni permanente, como la duda que asalta al espíritu escéptico, sino metódica o programática, de tipo radical, en el sentido de no aceptar nada de lo que uno no pudiera estar completamente seguro. Si se ejerció como método filosófico fue con vistas a alcanzar las certezas a partir de las cuales reconstruir todo el sistema del conocimiento.
¿Esta duda alcanza a las ciencias matemáticas, que no presuponen la existencia de sus objetos ni se valen de los sentidos para conocerlos? En este momento de sus reflexiones, Descartes parecerá afirmar que no, que las matemáticas pueden salir airosas de estas dudas. Si los sentidos no son fiables, en cambio sí que pueden merecer nuestra confianza enunciados tales como 2 + 3 = 5. Aun pudiendo ser imaginarias estas cosas generales (ojos, cabezas, manos y otras semejantes) es preciso confesar, de todos modos, que hay cosas aún más simples y universales realmente existentes, por cuya mezcla (ni más ni menos que por la de algunos colores verdaderos) se forman todas las imágenes de las cosas que residen en nuestro pensamiento, ya sean verdaderas y reales, ya fingidas y fantásticas.
¿Esta duda alcanza a las ciencias matemáticas, que no presuponen la existencia de sus objetos ni se valen de los sentidos para conocerlos? En este momento de sus reflexiones, Descartes parecerá afirmar que no, que las matemáticas pueden salir airosas de estas dudas. Si los sentidos no son fiables, en cambio sí que pueden merecer nuestra confianza enunciados tales como 2 + 3 = 5. Aun pudiendo ser imaginarias estas cosas generales (ojos, cabezas, manos y otras semejantes) es preciso confesar, de todos modos, que hay cosas aún más simples y universales realmente existentes, por cuya mezcla (ni más ni menos que por la de algunos colores verdaderos) se forman todas las imágenes de las cosas que residen en nuestro pensamiento, ya sean verdaderas y reales, ya fingidas y fantásticas.

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