En pocos decenios hemos pasado de La sociedad de la nieve a la epidemia de suicidios y la expansión de la eutanasia; de sobrevivir en los Andes durante 72 días a pedir bajas laborales porque ir a trabajar nos produce ansiedad. Además de ser importante esta crisis (lo que no es nuevo), es distinta, lo que dificulta captar su radicalidad. Parte de la dificultad se debe a que las causas no son solo religiosas o morales, aunque también (alejamiento de Dios, inmoralidades generalizadas); tal vez algunas ni siquiera son deliberadas. Algunas están ya en las estructuras de nuestras vidas ordinarias, como la debilidad de las relaciones horizontales (entre personas) frente a las crecientes relaciones verticales (de las personas con el Estado). Como no siempre se trata de cosas necesariamente malas, es fácil que nadie las combata, desde la velocidad del cambio, el desarraigo resultante de la competitividad, los desplazamientos y los modernos puestos de trabajo, la inundación de información de todo género, la dispersión de la atención, la tecnificación y racionalización de todo, la IA, las habilidades que poco a poco perdemos con el perfeccionamiento de las máquinas…
Poco tiene en común esta crisis con el final del Imperio Romano. Tampoco estamos volviendo al paganismo porque no estamos volviendo a nada; el paganismo quedaría del mismo lado del parteaguas que el cristianismo. Estamos cortando, y muy rápido, con todo lo clásico, lo cual no sucedió en absoluto al caer Roma. En realidad, Roma nunca murió; ha estado viva, de alguna manera, casi hasta hoy. Los aspectos que hacen a esta crisis diferente son heterogéneos y son muchos más en número que en cualquier otra crisis anterior. Son imposibles de listar, el "bebé medicamento", el vientre de alquiler,el transhumanismo,los cerebros humanos conectados, la globalización descarrilada, el predominio de lo virtual sobre lo real; masas ya apreciables de personas subvencionadas que nunca trabajarán establemente ni formarán una familia, las calles casi sin niños, y casi nadie con defectos físicos mayores; en breve, niños sin hermanos, tíos ni primos…
Algunos de los problemas actuales son ya bastante conocidos, descomposición social, control capilar, vigilancia universal, pocas y no muy fuertes relaciones interpersonales… En una parroquia vi un anuncio de un novedoso Centro de Escucha con un número de teléfono, "si no tienes quien te escuche, llama a este número". ¿Quién creería eso en España hace 25 años? Muchas y graves crisis ha habido en la historia pero todas tenían dimensiones humanas, esta, no; esta viene acompañada por un cambio antropológico antes literalmente inimaginable.
Referencia: La sociedad del delirio de Antonio-Carlos Pereira Menaut, catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Santiago de Compostela y catedrático Jean Monnet de Derecho Constitucional de la UE.


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