miércoles, 24 de diciembre de 2025

Los hombres y mujeres que temen la injusticia de los hombres

Thomas Becket
Asesinato en la catedral, de T.S. Eliot. Escrito en 1935, era una adivinación de los tiempos que estaban por venir. El tema es conocido; Thomas Becket, amigo y canciller de Enrique II, es nombrado arzobispo de Canterbury. Enrique II encuentra un estorbo, para su política de poder, en aquel que quería que fuera su mano derecha. Había prometido a su amigo Thomas que estaría siempre a su lado. Pero cambia de opinión, como quien se quita un guante, y deja caer, para que lo entiendan, que ese hombre le molesta. Quienes manejan el poder suelen tener lacayos dispuestos a cualquier cosa, con tal de no perder el cargo y su sustancia económica.
Becket sabe que va a morir, “porque entrego mi vida por la ley de Dios sobre la ley del hombre”. Otros arzobispos y obispos de la época callaron o argumentaron que es preciso, a cualquier precio, mantener la concordia entre la Iglesia y el poder político. Dijeron algo que se ha repetido muchas veces, pro bono pacis, por el bien de la paz. En lugar del bien de la paz llegó el crimen. Los asesinos son razonables. “En lo que hemos hecho, lo creáis o no, fuimos totalmente desinteresados. Hemos sido los instrumentos para que se llegara a ese Estado que vosotros aprobáis”.
Poco a poco el crimen ya no lo es, porque se ha hecho en nombre de la justicia y de la convivencia pacífica. Todo es razonable. ¿Por qué defender a ultranza unos principios? “Becket era muy radical”, comenta una cortesana, lo que hoy sería una secretaria de Estado. Y uno de los asesinos recurre al antiguo método de corromper las palabras, “creo que, con estos hechos ante ustedes, sin dudarlo emitirán un veredicto de suicidio mientras se encontraba en estado de incapacidad mental. Es el único veredicto caritativo que se puede dar a alguien que, después de todo, fue un gran hombre”.
¿Y el pueblo? El pueblo se hace a todo. Ha visto cómo Becket ha sido asesinado y no ha reaccionado, por miedo. “Perdónanos, Señor, reconocemos que somos el tipo de hombre corriente; los hombres y mujeres que cierran la puerta y se sientan junto al fuego; que temen la injusticia de los hombres mucho menos que la justicia de Dios”.

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