Para Clausewitz, la suerte de una guerra no dependía tan sólo de la fuerza de un ejército, sino también de la pericia de su comandante, y para ello se remitió sobre todo al genio estratégico de Napoleón y Federico el Grande. Consideraba que la planificación y la formación tenían una importancia decisiva en el éxito: “El saber debe convertirse en capacidad”, se lee en un pasaje del libro. También son interesantes las deliberaciones que Clausewitz realiza a propósito de la guerra de guerrillas, y de las que en el siglo XX tomaron buena nota los revolucionarios y luchadores de la resistencia. Explicó que en un conflicto entre un Estado y algún bando no estatal, las pérdidas en vidas humanas resultan mucho más costosas para el actor estatal que para el adversario no estatal.
La guerra, dijo Clausewitz, no surge de la nada, sino que se halla enmarcada en una voluntad política de un tipo determinado. Por lo tanto, la guerra y la política, según Clausewitz, se influyen de forma recíproca, pues “el objetivo político es el fin, la guerra es el medio, y nunca puede pensarse un medio sin finalidad”. Para Clausewitz, lo militar estaba subordinado al objetivo y la voluntad política. Estaba convencido de que la guerra no debe tener como finalidad la victoria, sino el regreso a la paz y a la política. La política y la guerra se condicionan mutuamente, o de que como lo expresa Clausewitz: “La guerra nunca es un acto aislado”.
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