Pierre y Marie Curie |
Cuenta Ève Curie de su madre Marie Curie “tantos rasgos inverosímiles que quisiera relatar su vida como se cuenta una leyenda. En una nación oprimida nace una mujer pobre y hermosa. Una poderosa vocación le hace abandonar su patria, Polonia, para estudiar en París, donde pasa años de soledad y de angustia. Encuentra un hombre genial como ella y se casa con él. Su felicidad es de una calidad excepcional. Con tenaz y árido esfuerzo descubren un cuerpo mágico; el radio. Su descubrimiento, no sólo da nacimiento a una nueva ciencia y a una nueva filosofía, sino que ofrece a los hombres el medio de combatir una enfermedad horrenda. En el instante mismo en que la gloria de los dos sabios se extiende por el mundo se abate sobre Marie el dolor. Su extraordinario compañero le es arrebatado, en un instante, por la muerte. Con la angustia en el corazón y enfermo el cuerpo, continúa, sola, la obra emprendida, y amplía brillantemente la ciencia creada por el matrimonio. El resto de su vida no es más que una perpetua generosidad. A los heridos de la guerra les ofrece su devoción y su salud. Más tarde dará sus consejos, su saber y su tiempo a los alumnos, a los futuros hombres de ciencia llegados de las cinco partes del mundo. Cumplida su misión, muere, agotada, habiendo rechazado la riqueza y soportado los honores con indiferencia”.
“La inmolación de un ser que sabía darlo todo y que no supo tomar ni recibir nada; el alma, en fin, a la que nada logró alterar en su pureza excepcional; ni el éxito más extraordinario, ni la adversidad. Porque Marie Curie tenía esta alma y, sin sacrificio alguno, apartó de sí misma las ventajas que los auténticos genios pueden obtener de una fama inmensa.”
“En su último día, sigue contando Ève Curie, era todavía dulce, obstinada, tímida, curiosa de todos las rolan, como en los tiempos de sus oscuros comienzos. Con una muerte semejante no podía infringírsele sin sacrilegio, el duelo pomposo que los gobiernos ofrecen a los grandes personajes. Marie tuvo en un cementerio silvestre, entre las flores del estío, un entierro silencioso y sencillo, como si la vida que terminaba semejara a tantas otras. Hubiera querido tener los dones de un escritor para mostrar la eterna estudiante de la que Einstein dijo: La señora Curie es, de todos los seres célebres, el único que la gloria no ha corrompido”.
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