Escribe Tomás de Aquino que nadie puede aguantar ni un solo día a una persona triste y desagradable; y, por tanto, todo hombre está obligado, por un cierto deber de honestidad, a convivir amablemente (con alegría) con los demás.
"Quien practique la misericordia, dice el Apóstol , que lo haga con alegría". Esta prontitud y diligencia duplicarán el premio de tu dádiva. Pues lo que se ofrece de mala gana y por fuerza no resulta en modo alguno agradable ni hermoso, escribe Gregorio Nacianceno.
Eso fueron los primeros cristianos, y eso hemos de ser los cristianos de hoy; sembradores de paz y de alegría, manifiesta Josemaría Escrivá.
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