Si la Edad Media no nos es extraña, se lo debemos a los monjes que se dedicaron a escribir su historia. Sabemos mucho más acerca de los siglos XI y XIII europeos que sobre la historia de la India, por ejemplo, o del África; no existía en estas regiones del mundo la misma decisión de inscribir con exactitud lo digno de notar que ocurriera en el curso de los días.Los monjes y sacerdotes eran los únicos que sabían escribir y leer, y consideraban su deber explicar la Historia para detectar allí señales de Dios. Estaban convencidos de que no hay compartimentos estancos entre el mundo real y el sobrenatural, que siempre hay pasos entre ambos, y de que Dios se manifiesta en lo que creó, en la naturaleza pero también en el modo como ha orientado el destino de la humanidad. En el examen de los hechos del pasado se podía encontrar entonces una especie de advertencia divina.
Las sociedades medievales, tal como son las africanas, eran sociedades de solidaridad. El hombre estaba inserto en grupos, el grupo familiar, el de la aldea; el señorío, que era un organismo de exacción, también lo era de seguridad social. El señor abría sus graneros para alimentar a los pobres si acontecía una hambruna. Era su deber, y estaba convencido de ello. Estos mecanismos de ayuda evitaron, en esta sociedad, la miseria terrible que hoy conocemos. Existía el miedo a la súbita penuria, pero no la exclusión de una parte de la sociedad así ocluida en desesperanza. Se era muy pobre, pero junto con los demás. Los mecanismos solidarios, comunes a todas las sociedades tradicionales, desempeñaban plenamente su función, como hoy en África. Los ricos tenían el deber de dar, y el cristianismo estimulaba este deber de ayuda.
Escribe el historiador Georges Duby que nunca ha estado Europa más unida que en los siglos XII y XIII. Esta unidad provenía de que los europeos de la época tenían la sensación de constituir un solo pueblo, el pueblo cristiano, al cual controlaban, en el nivel institucional, dos potencias superiores, la del papa y la del emperador. Los países, pequeños, celosos unos de otros y muy divididos internamente, se sentían unidos en un conjunto superior que los englobaba. Había gran diversidad de dialectos locales, y sin embargo la gente se entendía. Todo el mundo comprendió a santo Domingo, un español, cuando fue a predicar a Alemania. La cristiandad latina constituía la comunidad esencial cuya armadura era la Iglesia, una Iglesia centralizada y con universidades donde gran número de personas enseñaba un mismo saber en una lengua común, el latín. A partir del siglo XIII Europa empezó a ser infectada por el nacionalismo, ese veneno. La guerra se tornó casi continua. Pero ya se estaba al final de la Edad Media.
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