El alma humana es, ciertamente, lo menos parecido a un mecanismo de relojería, y sus vicisitudes carecen de la regularidad causal de los procesos físicos. El ser humano es capaz de desequilibrios desconcertantes y el acceso al conocimiento rara vez se ajusta a un progreso gradual de dificultades crecientes solventadas por respuestas específicas. Una verdad parcial y fragmentaria puede presentarse a veces con rotunda y aplastante sensación de totalidad en un contexto de confusión, y sólo con el tiempo y la progresiva maduración de otros aspectos de la personalidad adquirirá sus justas dimensiones y ocupará su lugar relativo en la armonía del conocimiento. La evidencia de la insuficiencia del discurso se complementará entonces, en un paradójico equilibrio, con la capacidad del lenguaje no ya para encerrar y agotar una verdad, pero sí para indicar la dirección en que debe orientarse la mirada. Que las palabras no puedan dar cuenta de la realidad última, inefable por naturaleza, y tampoco de las cosas, en la medida relativa en que éstas participan de esa realidad última, no significa que el lenguaje no sea una herramienta decisiva para la comprensión. En un mundo que es a la vez tiniebla y revelación, espejismo y teofanía, todo es a la vez obstáculo y medio, escribe Hugo von Hofmannsthal en Carta de Lord Chandos
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