Contaba Chesterton que “si un pirata me hace caminar por la plancha, no sirve de nada que yo ofrezca, como compromiso de sentido común, recorrer un trecho razonable de ella. El pirata y yo diferimos precisamente sobre cuál es el trecho razonable. Hay una matemática y exquisita fracción de segundo en la que la plancha cede. Mi sentido común acaba justo antes de ese instante; el sentido común del pirata empieza justo más allá de él. Pero el propio punto es tan preciso como cualquier diagrama geométrico; tan abstracto como cualquier dogma”
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