Imre Kertész |
Después de que el siglo XX se definiera durante un tiempo como la oposición entre comunismo y capitalismo y también, en términos más generales, entre totalitarismo y democracia, el malo y el bueno, ahora se vuelve a descubrir el nacionalismo como verdadera fuerza motriz de nuestra época. Vuelven a regalarnos una palabra carente de todo significado preciso, si es que no buscamos el significado en el proceso de cómo una palabra de contenido en el fondo positivo se transformó en algo absolutamente negativo. El sentimiento nacional provocó en su día revoluciones, creó estados nacionales, inspiró a poetas y artistas, es decir, demostró ser una idea creadora. Sabemos muy bien qué es, en cambio, hoy en día; al fin y al cabo, nadie nace nacionalista; el ser humano nace a lo sumo con inclinaciones egoístas y destructivas, que con el tiempo se ven frustradas por el contacto con el mundo exterior, y así surge el nacionalista. No se parece a Lajos Kossuth, ni a Manzoni, ni a George Washington, sino más bien a Adolf Hitler. Y así como los movimientos neonazis se han convertido en meras repeticiones, en la elaboración auto-repetitiva del pasado no elaborado, que ya no contiene un pensamiento creativo, un elemento positivo ni por casualidad, el nacionalismo no es hoy en día más que una de las múltiples caras de la destrucción, un rostro tan repelente como los diversos fundamentalismos o como los diferentes intentos de salvar el mundo, escribe Imre Kertész, escritor húngaro que fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 2002.
¿Patria, hogar, país? A lo que Kertész responde que de todo ello quizá se pueda hablar de otro modo algún día… o quizá nunca más volvamos a hablar de ello. Es posible que los seres humanos se den cuenta algún día de que todos estos valores son abstractos y que para vivir sólo necesitamos, en realidad, un lugar habitable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario