Sólo quien es capaz de escuchar el mundo, y a las personas se hace apto para escrutar sus secretos más escondidos. La escucha; escuchar y ser escuchado, es esencial para el ser humano, escribe el profesor Ignacio Fuster. Cuentan del pensador alemán Hegel, que cuando era joven paseaba por un camino junto a un amigo. Entonces, escucharon el eco sonoro de las campanas de la iglesia que sonaban con toque fúnebre por la muerte de alguien. Aquel sonido penetró para siempre en los oídos y el corazón del joven Hegel, que topó repentinamente con el misterio de nuestra sórdida finitud. Al final de la existencia las luces se apagan, los ojos se cierran y los oídos dejan de vibrar. Dicen que toda su filosofía idealista (en busca del ideal de lo eterno), es un combate fehaciente contra los signos de la corrupción y de la muerte. Su filosofía es una glosa a la muerte y la finitud. Porque Hegel escuchó las campanas de la muerte, y quizás también el eco lejano de la inmortalidad que resuena en el corazón del hombre, dice Fuster. El filósofo Martin Heidegger se dirigía al auditorio con una voz fina y difícil de percibir. Su voz suave revelaba un agudo sentido del oído. Heidegger con su meditación filosófica se adentraba en los misterios de la realidad y del mundo. Tanto es así, que concebía el pensar como una acción de gracias por los secretos del mundo y de la historia. Sólo quien es capaz de escuchar el mundo se hace apto para escrutar sus secretos más escondidos. Así Heidegger se revelaba como un pensador profundo que desarrolló una delicada filosofía de la existencia humana en medio de las vicisitudes del mundo.
¿Qué debemos hacer?, pregunta Fuster. Fue la lejana pregunta que algunos hicieron a aquel profeta del desierto que anunciaba la llegada de los tiempos nuevos. Juan el Bautista, dice Fuster, había escuchado en el silencio y la soledad del desierto la voz de Dios y los gemidos del hombre. Si la humanidad no se vuelve a hacer apta para la escucha, se hará incapaz de percibir los signos de los tiempos que anuncian la Última Venida del Hijo del Hombre. Sólo la actitud de escucha como lugar antropológico permite escrutar los signos de los tiempos, como aquel viento que anuncia la tormenta o aquel canto que presagia la primavera. El oído se consagra como el intérprete de los significados de la existencia. El arte de la escucha nos puede preservar del nihilismo que se halla sin fuerzas para volver a comprender el significado del mundo.
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