Se entiende que renunciar a la Trinidad es hacer de Jesús un delegado ocasional del Señor, un incidente de la historia, no el auditor imperecedero, continuo, de nuestra devoción. Si el Hijo no es también el Padre, la redención no es obra directa divina; si no es eterno, tampoco lo será el sacrificio de haberse denigrado a hombre y haber muerto en la cruz. “Nada menos que una infinita excelencia pudo satisfacer por un alma perdida para infinitas edades”, instó Jeremías Taylor.
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