Cuenta el Cardenal Newman que “había un hombre rico, mencionado por el Señor, que, recogidas sus abundantes cosechas, se dijo a sí mismo: “¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha?” Y dijo: “Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, y edificaré otros mayores y juntaré allí todo mi trigo, y diré a mi alma: tienes muchos bienes, descansa, come, bebe, diviértete” (cfr. Lc XII, 17-19). Fue llevado aquella misma noche. No era una falta muy llamativa, y seguramente no fue su primer gran pecado. Fue el último episodio en una larga cadena de actos de egoísmo y olvido de Dios, no mayor en intensidad que los anteriores, pero completando un número”.
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