Por aquellos años, cuenta el historiador Jaime Contreras, las cosechas fueron extremadamente raquíticas, y una crisis persistente de subsistencias recorrió la Península. Ocurrió que el clima estacional se alteró un tanto. A inviernos templados, le sucedieron veranos fríos; y a primaveras secas, otoños húmedos. Las crónicas de muchos lugares se lamentaban de cosechas perdidas cuando espigaba el cereal, de vides que retardaban su uva hasta que los fríos duros la malograban. Años éstos, de mediados de 1670, de alimentos escasos que apenas llegaban a los mercados y de especulaciones terribles con fuertes alzas en los precios.
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