No hay prácticamente nada en este mundo que cueste menos y valga tanto como una palabra amable. Muchas de las cosas que hacen los hombres, y a un coste mucho mayor, no aportan ni la mitad de las bondades que se derivan de una sola palabra de amabilidad. Unas palabras amables pronunciadas con comprensión no aclararán un malentendido, pero harán innecesarias las explicaciones, evitando así el peligro de reabrir viejas heridas.
La diferencia entre el elogio y el halago es que el primero es sincero, el segundo falso; el primero es desinteresado, el segundo lo dicta el interés; el primero lo admira todo el mundo, el segundo todo el mundo lo condena. El halago suele acompañar a las personas astutas.
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