John H. Elliott |
John H. Elliott decía que “la modernidad no se debería identificar mecánicamente con la occidentalización. Las sociedades toman sus propios caminos y se doblan a los vientos de sus propias tradiciones, aun cuando les afecten e influyan las modas, tendencias y movimientos globales. Interpretar el mundo contemporáneo es una parte legítima y deseable de la labor histórica, pero no constituye su totalidad, y es necesaria una buena disposición y una capacidad para ver ese mundo desde una variedad de puntos de vista y con una conciencia de las alternativas (benignas o perniciosas, según la perspectiva adoptada) respecto al paradigma dominante. Si, por ejemplo, ese paradigma se define en términos del avance progresivo de la ciencia, el racionalismo y la secularización, es probable que la búsqueda de la modernidad conduzca a un callejón sin salida”.
“Como los procesos globales de finales del siglo XX y principios del XXI han dejado perfectamente claro, cuanto más fuerte es el énfasis en la secularización, mayores son las probabilidades de un renacer religioso. El progreso de la ciencia tiene su antítesis en el avance del fundamentalismo, y el supranacionalismo de un mundo de corporaciones y organizaciones multinacionales es desafiado por el resurgir de las fuerzas irracionales del nacionalismo a la antigua. El pasado tiene un modo inquietante de regresar para trastornar el presente y cuando se echa a la historia a la fuerza por la borda, se puede contar con que volverá. Si el estudio del pasado tiene algún valor, este reside en su capacidad tanto de revelar las complejidades de la experiencia humana como de advertir contra la opción de descartar como si no tuvieran ninguna importancia los senderos que se siguieron sólo en parte o no se tomaron nunca. En alguna curva del camino, pueden volver a aparecer de repente ante la vista. Admitir que el presente está lleno de sorpresas exige un reconocimiento similar de que el pasado lo fue igualmente a ojos de quienes lo vivieron”.
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