Svetlana Aleksievich cuenta, hablando sobre el homo sovieticus, que “a todas las personas con las que me he encontrado les he preguntado: ¿Qué es para ti la libertad?. Las respuestas han sido distintas, según preguntara a padres o a hijos. Quienes nacieron en la URSS y quienes lo hicieron después de su desaparición no comparten una misma experiencia. Son seres de planetas distintos. Para los padres, la libertad es la ausencia de miedo; los tres días de agosto en que conseguimos sofocar el golpe militar. Elegir entre cien marcas de salchichón en una tienda es ser más libre que estar obligado a elegir entre diez; la libertad es no haber conocido jamás las palizas, aunque no viviremos lo suficiente para ver a una generación de rusos que no las conozca, porque los rusos no comprenden la libertad, necesitan del cosaco y el látigo. Para los hijos, en cambio, la libertad es el amor, y la libertad interior es un valor absoluto. La libertad, para ellos, es no temer los propios deseos y tener mucho dinero, porque quien tiene los bolsillos llenos puede conseguir todo lo que se le antoje. La libertad, en fin, es llevar una vida en la que uno no tenga que preocuparse por la libertad. Libertad es normalidad.
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