Churchill sabía instintivamente lo que tenía de malo el comunismo; que reprimía la libertad, que sustituía el albedrío humano por el control estatal, que implicaba la restricción de la democracia y, en conclusión, que era una tiranía. También comprendió que solo el capitalismo, a pesar de todas sus imperfecciones, era capaz de satisfacer las necesidades del ser humano. “Yo pertenezco a una generación que ha visto el comunismo en acción, porque en alguna ocasión pudimos atravesar el telón de acero antes de 1989, escribe Boris Johnson. Lo que nos permitió comprobar cuánta razón tenía Churchill, en todos los detalles de aquel discurso de Fulton, Misuri, tan sorprendentemente profético. Vimos el miedo, oímos los susurros, leímos los ridículos eslóganes propagandísticos de un sistema fallido que no podía satisfacer las necesidades básicas y que controlaba a la población negándole el elemental derecho a viajar”.
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