Gran Bretaña era uno de los países más ricos del mundo, pero cada vez eran más los ciudadanos que ni siquiera tenían un techo sobre sus cabezas. Entre 2010 y 2017 el número de personas obligadas a dormir en la calle se multiplicó por más de dos en Londres y aumentó considerablemente en otras grandes ciudades. En ese mismo período, el uso de los bancos de alimentos para proporcionar comida a los indigentes se incrementó un 1.642 %. En el año 2011 los disturbios en algunas ciudades pusieron de manifiesto la indignación y la frustración, así como el oportunismo delictivo, existentes en algunos de los sectores más desfavorecidos de la sociedad, incluidos muchos jóvenes de familias inmigrantes, que vivían en bloques de viviendas desoladores y no veían perspectivas de futuro para ellos. Se encontraban en los extremos sociales. Cuando las condiciones económicas empeoraron, las actitudes se volvieron más duras. Buscaron chivos expiatorios; los inmigrantes y la Unión Europea solo eran algunos de ellos. Se combinaban perfectamente para ofrecer un mensaje básico al creciente número de personas que estaban optando por el UKIP, el Partido de la Independencia del Reino, en esencia la variante británica (en realidad en su mayor parte inglesa) de un partido nacionalista antiglobalización del que se podían encontrar versiones en muchas partes de Europa. “Se han mudado polacos y nigerianos a esta calle. Buena gente, trabaja mucho, compra sus casas. Pero ¿por qué tienen que estar aquí cuando necesitamos las casas y los puestos de trabajo? Si estuviéramos fuera de Europa, podríamos poner fin a esto”, afirmaba una mujer, supervisora en un supermercado de Londres con unos ingresos muy modestos, pero con una vivienda cuyo precio casi se había cuadriplicado desde que en 1997 ella y su marido la habían comprado. Este era el germen de la creciente hostilidad hacia la Unión Europea: el euroescepticismo, todavía una visión minoritaria en 2005, se estaba transformando en abierta eurofobia.
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