El Listerine fue creado en el siglo XIX como un potente antiséptico quirúrgico. Más tarde se vendió, destilado, como limpiador de suelos y como remedio contra la gonorrea. Pero no se convirtió en un éxito arrollador hasta los años veinte, cuando fue lanzado como solución a la halitosis crónica, lo cual por entonces constituía un oscuro término médico. Los nuevos anuncios de Listerine mostraban a hombres y mujeres tristes, ansiosos por casarse, pero a quienes daba asco el aliento a podrido de su pareja. ¿Puedo ser feliz con él a pesar de eso?, se preguntaba una doncella. Hasta ese momento no se había considerado que el mal aliento constituyera una catástrofe. Pero el Listerine se encargó de cambiar las cosas. Como apunta el profesor de publicidad James B. Twitchell, “el Listerine no creó tanto el enjuague bucal como la halitosis”. En sólo siete años, los ingresos de la compañía ascendieron de 115.000 dólares a más de ocho millones.
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