jueves, 8 de febrero de 2024

Para Brezhnev los enemigos de la distensión habían quitado de en medio a su principal arquitecto norteamericano

Brezhnev y Nixon

Brezhnev no intentó nunca aprovecharse del Watergate para sus propios fines políticos, como temían que hiciera algunos consejeros de Nixon. De hecho, fue el último líder extranjero que siguió prestando apoyo a Nixon sin reservas. Del mismo modo que Stalin y Molotov no pudieron comprender la derrota electoral de Churchill, tampoco Brezhnev y sus asesores pudieron entender cómo la colocación de micrófonos en una suite del edificio Watergate podía provocar la dimisión de un estadista tan formidable tras la victoria arrolladora que supuso su reelección. En su opinión, la única explicación plausible era que los enemigos de la distensión habían encontrado un buen pretexto para quitar de en medio a su principal arquitecto norteamericano. El golpe resultó tanto más doloroso precisamente porque apenas tres meses antes, en mayo, Brezhnev había perdido a otro socio de la distensión. El canciller germano occidental Willy Brandt dimitió como consecuencia de un escándalo sexual y la revelación de que uno de sus asistentes de más confianza, Günter Guillaume, era un espía de la RDA. El líder germano oriental, Erich Honecker, y el jefe de la policía secreta (la stasi), Erich Mielke, habían mantenido a Guillaume en el entorno de Brandt, a pesar de la desaprobación del Kremlin. Era evidente que los dirigentes de la Alemania democrática tenían un interés particular en espiar a Brandt y ponerlo en un compromiso. Detestaban la existencia de canales oficiosos entre los rusos y los alemanes occidentales y la amistad entre Willy Brandt y Brezhnev, que ponía en peligro el apoyo que tradicionalmente había encontrado la RDA en el Kremlin. Brezhnev se sintió decepcionado con su repentina dimisión. Estaba además irritadísimo con Honecker.

Fidel y Raúl Castro con Che Guevara

Contrariamente a lo que creían los norteamericanos, los líderes cubanos no eran meras marionetas u hombres de paja de Moscú. Desde los años sesenta, Fidel y Raúl Castro, Che Guevara (hasta su muerte en 1967) y otros revolucionarios cubanos habían apoyado las actividades guerrilleras en Argelia, Zaire, Congo (Brazzaville) y Guinea-Bissau. La marcha de los estadounidenses de Vietnam en 1975 fue, a juicio de los cubanos, una oportunidad de iniciar una nueva ronda de luchas antiimperialistas en el África subsahariana. Hasta comienzos de los años setenta, las relaciones cubano-soviéticas siguieron siendo muy tensas, pues la sombra de la “traición” soviética de 1962 pendía aún sobre La Habana. El KGB y el Departamento Internacional del Comité Central intentaron restablecer los estrechos lazos que los unían con los cubanos; Andropov y Boris Ponomarev, que encabezaban respectivamente estas organizaciones, eran los herederos de las tradiciones revolucionarias internacionalistas de la Komintern. En 1965, Andropov dijo a uno de sus asesores que la futura competición con Estados Unidos iba a tener lugar no ya en Europa, sino en África y América Latina.
Referencia: Un imperio fallido de Vladislav M. Zubok.

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