El primer deber que se recuerda a Sara es el de honrar a los suegros. Honrar a los suegros, como explica Gilbert de Tournai, equivale a mostrar una actitud de reverencia hacia ellos, que se traduce en palabras y gestos respetuosos, en actos obsequiosos y en formas concretas de ayuda en caso de necesidad; equivale a evitar toda agresividad, incluso verbal, atenuando con dulzura y benevolencia toda eventual conflictividad. Reverencia, dulzura, sostén; son las mismas formas de respeto que, en relación con los padres, impone el cuarto mandamiento del decálogo (“Honra al padre y a la madre”). Honrar a los suegros equivale incluso a extender a los padres del cónyuge las atenciones debidas a los propios, asimilar a los vínculos de sangre los nuevos lazos que el contrato matrimonial instituye. No es casual, recuerda Jacopo de Varazze, quien recoge en esto la etimología de Isidoro de Sevilla, que el término suegro provenga de una asociación (socer a sociando), en la medida en que indica la particular forma de afiliación que introduce a la esposa del hijo en el ámbito de las nuevas relaciones familiares. Presente también en los Oeconomica, el tema del respeto a los suegros sugiere a los comentaristas reflexiones análogas sobre los lazos de parentesco que el matrimonio instituye. Para Oresme, el amor recíproco que une a los esposos impone a ambos el respeto y el cuidado de los suegros según fórmulas que, al menos en su aspecto exterior, toman forma, cuando no en la profundidad de la relación afectiva, al menos en las obligaciones respecto de los genitores.
En realidad, el matrimonio es un vínculo que no une únicamente a dos esposos, sino a dos familias; la creación de un nuevo núcleo familiar se traduce en la constitución de toda una red de parientes y de alianzas que modifican el panorama social y político de la comunidad. En el nivel ideológico, la conciencia de esta función política del matrimonio está siempre presente con toda claridad. Peraldo, Vincent de Beauvais, Egidio Romano, no dejan de recordar que el matrimonio conserva la paz, apacigua las discordias, sanciona las alianzas; momento de encuentro de grupos familiares. El propio banquete de bodas asume, a los ojos de un predicador atento como Humberto de Romans, la función de momento de agregación de las dos familias y traducción visible del nuevo orden de las alianzas.
En su comentario a los Oeconomica, Alberto de Sajonia observa cómo la concordia y la discordia de los esposos se reflejan inmediatamente en actitudes análogas de todos los amigos respectivos, mientras que el cuidado y la benevolencia dispensados a los amigos y parientes del cónyuge produce también en el seno mismo de la pareja el beneficioso efecto de un aumento de unanimidad y de amor, escribe Georges Duby (1919-1996), profesor del Collège de France y miembro de la Academia francesa.
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