Viktor Frankl |
Hubo un momento en que Viktor Frankl, autor de El hombre en busca de sentido fue literalmente un hombre en busca de sentido; lo buscaba y no lo encontraba. Quien había defendido que la vida siempre, incluso bajo las más penosas e insoportables circunstancias, tenía un sentido escribió en noviembre de 1945, “yo me encuentro aquí, en esta ciudad medio destruida, solo, sin hogar y sin patria. Nada tiene sentido para mí, nada logra alegrarme, ni siquiera el trabajo”. Viktor Frankl sin haber llegado aún a Viena se enteró de que su madre había sido asesinada en Auschwitz. Viktor Frankl que, en la primera mañana en Viena, supo que su querida esposa Tilly Grosser había muerto de tifus en Belsen. Se derrumba. Toca fondo. En sus palabras es difícil reconocer al Frankl de las enciclopedias. “En todo caso, no esperaba que después de todo lo sucedido, las cosas pudiera ir tan a peor. Por lo visto, la persona destinada a sufrir no encuentra un final. Siempre puede hundirse más y más”. “De inmediato me puse a trabajar”.
Trabaja, pero se siente inmensamente solo, cansado y triste. Trabaja por un sentido férreo del deber, porque “ya no me queda ninguna alegría en la vida, solo obligaciones; solo hago lo que me ordena la conciencia”. Estas palabras las dirige a sus amigos Wilhem y Stepha Börner el 14 de septiembre de 1945. Después de manifestar a sus amigos su hastío, su alejamiento de todo, escribe que “sin embargo, ahora veo las cosas desde otra perspectiva. Cada vez soy más consciente de que la vida tiene un sentido infinito, de que también el sufrimiento, e incluso el fracaso, tienen sentido. Y el único consuelo que me queda es que puedo decir con la conciencia tranquila que he utilizado las oportunidades que me han brindado, quiero decir, que las he salvaguardado haciéndolas realidad. Esto puede aplicarse a mi breve matrimonio con Tilly”.
Frankl echa mano de la literatura y se acuerda del ser “digno de sus sufrimientos” de Dostoievsky y del morir “la propia muerte” de Rilke. Quien defendía con vehemencia el hacerse cargo de la vida y ser responsable de la misma hasta darle un sentido, defendía lo mismo para su último momento. Al fin y al cabo el ser humano es “el ser que siempre decide” y, sí, es “la criatura que inventó las cámaras de gas, pero, al mismo tiempo, es el ser que entró en las cámaras de gas, firme, con una oración en los labios”.
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