Victoria Camps, filósofa española, catedrática emérita de la Universidad de Barcelona, escribe que “la introducción a la carta a los Romanos quiere mostrar que es igual la necesidad de salvación que tienen hebreos y no hebreos. Ante el juicio de Dios, que no hace “acepción de personas” (Rom., 2, 10), no es ni mejor ni peor la situación del hebreo que no cumple la ley (de Moisés) que la del “gentil” que obra mal. “Porque cuando los gentiles, que no tienen ley, hacen espontáneamente lo de la ley, no teniendo ley son para sí mismos ley (heautois nomos eisin); mostrando así que llevan escrito en su corazón el contenido de la ley, cuando su conciencia aporta su testimonio y en su interior dialogan sus pensamientos condenando o aprobando” (ibid., 2, 14-15). “Conciencia” tiene aquí, ante todo, el significado clásico de juicio moral sobre la acción pasada. Pero, en cuanto es denotada en la metáfora “ley escrita en el corazón”, adquiere también el significado paulino, anticipatorio y constitutivo de la moralidad. La importancia mayor del pasaje viene de que se supone en él una básica igualdad de todos los hombres en su situación moral. Y, dado que Pablo no puede concebir la actitud moral sin relación a Dios, tal supuesto implica un conocimiento suficiente de Dios por los “gentiles”, un conocimiento que hay que entender no plenamente explícito. Es éste un dato interesante para la antropología cristiana, pero tiene particular relevancia también para la filosofía moral. Porque permite argüir que el origen de la obligación no es concebido como simple heteronomía teológica (la que sugería el modelo histórico del Sinaí, que está en su base). Podría, incluso, leerse una velada afirmación de autonomía en el “para sí mismos son ley”.
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