En diciembre de 1949 Ben Gurión anunció que para el Estado judío era esencial mantener una presencia en Jerusalén: La Jerusalén judía es una parte orgánica e inseparable del Estado de Israel, al igual que es una parte inseparable de la historia de Israel y de la fe de Israel y de la misma alma de nuestro pueblo. Jerusalén es el corazón de los corazones del Estado de Israel.
¿Cómo iban el pueblo judío y el Estado de Israel a superar la catástrofe de seis millones de muertos?En el mito del éxodo el pueblo del antiguo Israel había recordado su viaje a través de la nada del desierto hasta la seguridad de la Tierra Prometida. El moderno Estado de Israel era una creación similar a partir de la cuasianiquilación terrible de los campos de concentración.
Cuando besó las piedras, Abraham Davdevani sintió que el pasado, el presente y el futuro se habían unido: “Ya no habrá más destrucción y el muro no volverá a quedar nunca jamás desierto”. Presagiaba el final de la violencia, el abandono y la separación. Era lo que otras generaciones podrían haber llamado un retorno al paraíso. Los judíos religiosos, especialmente los discípulos del rabino Kook el Joven, estaban convencidos de que la redención había comenzado. Recordaban las palabras pronunciadas por el rabino hacía sólo unas pocas semanas y estaban convencidos de que había hablado inspirado por Dios. De pie ante el muro, el rabino Kook anunció, el día de la conquista, que “por orden del cielo” el pueblo judío “había retornado a casa en las alturas de la santidad y nuestra propia ciudad santa”. Uno de sus discípulos, Israel Stitieglitz, conocido como “Ariel”, dejó el muro y caminó sobre la plataforma del Ḥaram, sin hacer caso de las leyes de pureza y de las áreas prohibidas, manchado de sangre y sucio. “Estuve en el lugar donde el sumo sacerdote entraba sólo una vez al año, con los pies desnudos, después de cinco inmersiones en el mikveh”, recordaba después. “Pero yo estaba calzado, armado y con un casco. Y me dije: Así es la generación de los conquistadores”. Israel había librado la última batalla y era una nación de sacerdotes; todos los judíos podían entrar en el Santo de los santos. Todo el ejército israelí, como el rabino Kook señaló repetidamente, era “santo” y sus soldados podían entrar con atrevimiento en la presencia de Dios.
Incluso los ateos más intransigentes tuvieron experiencia de su Ciudad Santa como realidad sagrada. Como dijo Abba Eban, delegado de Israel ante las Naciones Unidas, Jerusalén “está más allá y por encima, antes y después de todas las consideraciones políticas y seculares”. A los israelíes les resultaba imposible ver la cuestión objetivamente, porque en el muro habían encontrado el alma judía.
Referencia: Historia de Jerusalén de Karen Armstrong
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