El resentimiento, manifiesta Laura Quintana profesora asociada del Departamento de Filosofía de la universidad de Los Andes, asume el daño como una herida que queda grabada en el cuerpo, no deja de doler y lo ata a un pasado que vuelve una y otra vez, y se siente imborrable, al tiempo que, tendencialmente, le cierra a quien lo vive posibilidades de transformación. Ahí puede aparecer eventualmente el odio, una emoción que lleva a querer eliminar o negar la existencia de aquel que se identifica como causa del daño, al asumirlo como amenazante e indigno de existir. En contraste, hay formas de rabia que exigen que el mundo, en el cual se producen daños sistemáticos, deba ser transformado, con la mirada puesta hacia otras posibilidades por venir.
La afectividad del resentimiento expresa una impotencia manifiesta en el mundo contemporáneo; una pérdida de confianza en que “el estado del mundo” puede realmente cambiar, pues parece que nos hemos convencido, para resonar con Jameson, que es más fácil la destrucción del mundo que la transformación del capitalismo. Y esto, ciertamente, se acentúa en condiciones de violencia sistemática, como las que hemos vivido en Colombia, país en donde habito y desde el cual reflexiono, dice la filósofa colombiana.
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