Los políticos colocan sus estereotipos en la televisión, donde los repiten incluso quienes desean discrepar. La televisión dice desafiar el lenguaje político aportando imágenes, pero la sucesión de un plano a otro puede llegar a dificultar una visión nítida. Todo ocurre deprisa, escribe Timothy Snyder, pero en realidad no ocurre nada. En el periodismo de televisión, cada noticia siempre es de última hora, hasta que es desplazada por la siguiente. De modo que sentimos el embate de las olas, pero nunca vemos el mar. El esfuerzo para definir la forma y la relevancia de los acontecimientos requiere palabras y conceptos que no somos capaces de recordar cuando estamos embelesados por los estímulos visuales. Ver las noticias por televisión a veces es poco más que mirar a alguien que también está viendo una imagen. Tenemos asumido que ese trance colectivo es normal. Poco a poco hemos ido cayendo en él.
En la novela Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, publicada en 1953, los bomberos se dedican a buscar y quemar libros mientras la mayoría de los ciudadanos ven televisión interactiva. En 1984, de George Orwell, publicada en 1949, los libros están prohibidos y la televisión es bidireccional, lo que permite al Gobierno observar constantemente a los ciudadanos. El lenguaje de los medios visuales está sumamente limitado, a fin de privar al público de los conceptos necesarios para pensar sobre el presente, recordar el pasado, y considerar el futuro. Uno de los proyectos consiste en ir limitando más y más el lenguaje por el procedimiento de ir eliminando palabras con cada nueva edición del diccionario oficial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario